Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Epístola del apóstol Judas 1:3)
En 1979 el filósofo francés Jean-Franois Llyotard publicó un breve libro bajo el nombre “la condición posmoderna”, ensayo en el cual dio cuenta de un cambio en el pensamiento social de occidente y una nueva lógica de jerarquizar y producir conocimiento (epistemología); superando los valores de la modernidad, en sus premisas básicas el posmodernismo refiere la ausencia de absolutos, de valores morales superiores, en concreto, ausencia de una verdad objetiva que guíe al ser humano hacia un destino específico y conocido, no hay verdad, solo un continuo torbellino de ideas, narrativas y saberes que comparten la misma jerarquía, todos son igual de valiosos, de importantes y respetables. Al alero de lo anterior, el valor de la certeza y firmes convicciones que el individuo moderno ostentaba, ahora representa una figura anticuada, poco evolucionada e indeseable; los nuevos valores como la diversidad, la tolerancia y la apertura a lo nuevo, son los ideales bajo los cuales la sociedad se guía, la educación secular se organiza y los medios de comunicación se esfuerzan en propagandear. Esta nueva lógica social, ha influido en que toda persona que muestre una postura definida, que apele a una verdad objetiva y absoluta, sea rechazada y tildada de agresiva, de anticuada, de poco tolerante; el resultado de lo anterior, cada vez menos personas son capaces de plantear sus posturas con firmeza, por temor a la exclusión o al rótulo de intolerante; y de esto no escapa el pueblo evangélico.
Note usted como la teología paso de ser certeza y convicción, a ser posibilidad y academia; note cómo la prédica en la calle se ha vuelto un discurso lisonjero, que no muestra al pecador su pecado ni al impío su desgraciado destino; note como los predicadores populares del momento, han quitado de su discurso frecuente los conceptos como negarse a sí mismo, santidad, consagración, y todo concepto que pueda herir el ego de quienes ven el evangelio como una actividad social o como simple practica de valores morales positivos. Plantear su postura con firmeza en una conversación común es a riesgo del estigma de intolerancia, y en una sociedad hedonista y egocéntrica, donde lo que piensan los demás de mi es primordial para mi salud mental, implica que se prefiere guardar silencio ante los comentarios necios, aun cuando atenten contra verdad eternas dadas por nuestro Dios. Contrario a lo que dicta el ideal social posmoderno, el llamado del apóstol Judas no es a aceptar amistosamente los diversos puntos de vista, no es a plantear con timidez como si fuera una verdad más aquello que en el Señor hemos aprendido, no es a valorar como positivo el que cada uno tiene su propia verdad respecto a temas críticos en orden de fe y salvación, el apóstol dice que debemos “contender ardientemente” y contender en una de sus acepciones es enfrentarse a alguien para imponer la superioridad respecto a algún asunto, y el apóstol refuerza con un adjetivo actitudinal, este enfrentamiento para superponer la verdad de Dios debe ser con actitud ardiente. Hoy más que en otras épocas el enemigo ha preparado el escenario para fomentar la tibieza en el pueblo del Señor, tibieza de convicciones, tibieza en su relación con él, tibieza en su conducta cotidiana, tibieza en la defensa de la verdad; el pueblo del Señor no entra en contienda por el placer de contender, lo hace cuando la verdad divina es tratada como equiparable a cualquier filosofía actual, cuando las interpretaciones torcidas ponen en riesgo la sana doctrina, cuando la genuina fe en nuestro Señor Jesucristo y su obra redentora busca ser contaminada.
Amado hermano, hermana y pastor, no tema contender cuando lo importante está en entredicho, capacítese, adiéstrese en la palabra de Dios y tenga un actitud firme para contender a favor de la fe que nos ha sido dada. “porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5).-
Dios les bendiga
Alejandro Matus Viveros