Para estar con ÉL y para ser enviados

“Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios:” (Evangelio según san Marcos 3: 13-15)

 

El momento de la elección de los doce es un momento crucial en el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, el teólogo A. B. Bruce comenta que este hecho ocurrió aproximadamente en la mitad del ministerio terrenal de nuestro Señor, por tanto, quedaba cerca de un año y medio para capacitar a esos doce hombres, los cuales posteriormente serían los representantes del reino de Dios en la tierra.

Recuerdo que posterior al año 2000, existió un periodo de exhortación recurrente de pasajes similares al citado en esta reflexión, la cercanía a los 100 años desde la experiencia del avivamiento pentecostal en Chile, propició expectativas y anhelos de revivir esas experiencias del 1909, por ello, las predicas se centraban en la misión (predicar) y la autoridad (sanar y echar fuera demonios) otorgadas por nuestro Señor, motivando a las iglesias a pedir aquella autoridad y poder; sin embargo, utilizando una de las expresiones de los hermeneutas “la bendición está en la gramática”, le invito a mirar la frase anterior a lo referente a misión y autoridad, lea nuevamente los versos 13 al 15 junto a mí, acompañándome en el siguiente análisis gramatical:

“Y estableció a doce para que estuvieran con él, y  para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios”. Como apreciará destaqué una “Y”; la “Y” es una conjunción copulativa que une palabras o cláusulas, por tanto, implica que previo a las clausulas misión (predicar) y autoridad (sanar y echar fuera demonios), está la cláusula “para que estuvieran con él”; si la frase estuviera separada solo por comas, podría ser una lista de ideas, de propósitos que no necesariamente tienen relación entre sí, pero al estar la “Y” implica cláusulas; una clausula en sentido jurídico es una disposición en un contrato que expresa condición, en sentido lingüístico implica proposiciones íntimamente implicadas entre sí, por tanto la cláusula uno “estar con él” es condición intima para las cláusulas dos (predicar) y tres (autoridad), y por ello puesta en primer lugar. La bendición está en la gramática, por ello, como primer punto de esta reflexión, pasar tiempo con el Señor, relacionarnos íntimamente con él es condición para cumplir la misión y ejercer la autoridad que él nos da.

Aunque podríamos profundizar mucho en lo anterior, sin duda el Espíritu Santo lo acompañará en ello, mientras me anima a mí a exponer otro elemento relacionado. 

Los discípulos, ahora apóstoles, crecieron en un ambiente religioso; la nación de Israel culturalmente gira en torno a Dios, a diferencia de nuestro calendario, el de ellos está impregnado de festividades que recuerdan los hechos de Dios por su pueblo, la intervención de Jehová en su historia nacional, a causa de esto, los ritos y actividades cultuales promueven el vínculo entre Dios y su pueblo, sin embargo, en los tiempos que nuestro Señor Jesucristo ejerció su ministerio, la relación entre el pueblo y Dios se desdibujó, debido a la serie de racionalizaciones expresadas en normas y estatutos que los líderes religiosos imponían al pueblo, esta serie de normas de cómo vivir la fe y la relación con Dios se llama “Halajá”; en palabras del escritor y poeta judío Jaim Najman Bialik, la Halajá es la racionalización y esquematización del vivir, es definida, específica, establece normas y límites, poniendo a la vida en un sistema exacto. El pueblo conocía la Halajá, la oían de labios de los líderes religiosos, la escuchaban en los sermones en la sinagoga, eran instruidos en ella en sus hogares, no eran ajenos a sus preceptos, normas y especificaciones, por ello nuestro Señor Jesucristo en el sermón del monte les indica “oísteis que fue dicho” haciendo referencia a la Halajá, añadiendo posterior a ello “pero yo os digo”, refiriéndose a aquella parte que la religión predominante había dejado de lado, esto es, la Hagadá. Citando nuevamente a Jaim Najman, la Hagadá se ocupa de los asuntos inefables en el ser humano con Dios, su prójimo y su comunidad, la Hagadá apunta a los propósitos por los cuáles vivir, enseña a cómo vivir siendo participes del devenir eterno; este aspecto de la enseñanza, de la espiritualidad, había sido abandonado por la religión predominante, y nuestro Señor Jesucristo quería enseñarles a sus apóstoles precisamente ello, como ser partícipes del reino de los cielos y ser sus representantes en la tierra, enseñarles como relacionarse con Dios padre, cómo relacionarse con él, cómo relacionarse honestamente con quienes les rodean. La religión predominante ponía énfasis en qué conductas era consideradas agresiones al prójimo (Halajá) pero pasaban por alto la ira y resentimientos que guardaban en sus corazones (Hagadá) (San Mateo 5: 21-22); los apóstoles habían sido enseñados acerca del adulterio y el castigo ante ello, y los tipos de conductas sancionadas por ser consideradas lascivas (Halajá), pero nadie les indicó que la lujuria parte en el corazón y ello nos separa de Dios (Hagadá) (San Mateo 5: 27-28); conocían las normas restitutivas de justicia, la cantidad de millas que debían caminar al ayudar a alguien a llevar carga, los tipos de compensación económica (Halajá), pero nadie les había mostrado un carácter guiado por el amor de Dios, la compasión y la humildad (Hagadá) (San Mateo 5: 38-48); tal eran las especificaciones de la Halajá que incluía cuantos pasos se podían dar el día de reposo, que actividades se podían hacer y cuáles estaban vetadas, pero los religiosos habían olvidado el verdadero sentido del Shabat (Hagadá) (San Marcos 3:1-6).

En cierta manera, el movimiento evangélico pentecostal tiene su Halajá no escrito pero si tácito, existe una serie de normas culturales y normas de conducta para ser evangélico, ropa que usar, palabras prohibidas, lugares prohibidos de frecuentar, tipo de ritmos musicales que escuchar, etc. Y por tanto, muchos son capaces de calzar en ese molde, en esas normas y conductas que aparentemente le ligan a Dios, le acercan a Dios, pero muchas veces, son personas con Halajá pero no Hagadá, pues lo segundo no es norma cultural, sino relación, y en esto es donde debemos poner acento al discipular pues lo otro ya lo conocen, pero aprender a cómo relacionarse con Dios, es trabajo del discipulado; es notable el momento cuando aquellos que su Halajá les indicaban cuantas veces al día orar, confiesan que en verdad no saben orar, o al menos no como Jesucristo lo hacía, vieron en su maestro una devoción distinta, una relación distinta con el padre, y le pidieron: Señor enséñanos a orar (San Lucas 11: 1). He aquí la importancia por tanto de esa primera cláusula expuesta, ¿la recuerda? “Y estableció a doce para que estuvieran con él”, pues aprender a relacionarse no se hace por medio de normas o preceptos escritos, se hace mediante el ejercicio de la relación.

Mi pastor, hermanas y hermanos maduros en la fe, hermanos y hermanas maestras de escuela bíblica, les animo a poner todo empeño y diligencia en la cláusula uno, relaciónese con el Señor íntimamente y relaciónese con sus hermanos, hermanas, niños, niñas o adolescentes para enseñarles cómo relacionarse con nuestro buen Dios, ya la relación con el Señor nos permite ser sus representantes en la extensión de su reino en la tierra.

Un abrazo fraterno.

Alejandro Matus Viveros – Pastor IEU- Purén